Hace días que hablo con personas cercanas, y muchas queridas, que empiezan a experimentar los efectos de la pandemia desde muchos lugares de América Latina. Me llegan comentarios e impresiones desde México, Argentina, República Dominicana, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Colombia, Chile, Brasil, Perú o Honduras. De sus conversaciones hay algunos elementos que son comunes y otros muy diferentes.
Entre los comunes son la importancia que tiene la estratificación social y, por tanto, la posición que se ocupa en esta «escala». No olvidemos que América Latina es la región más desigual del planeta.
Obviamente todo el mundo está preocupado, pero las consecuencias serán diferentes según la posición en la misma. Las clases medias, que dependen de su actividad económica para mantener un nivel de vida holgado están sufriendo por la incertidumbre de un entorno sin prestaciones y sin servicios públicos. Hay que decir que en América Latina las clases medias tienen que pagar mucho más por la educación, la salud y la seguridad de que sus homólogas en Europa y, por tanto, sufren un mayor nivel de estrés.
Por otro lado, las personas que pertenecen a las clases populares lo están pasando muy mal hoy, sin trabajo ni ingresos, con pocos ahorros y sin ningún tipo de prestación, es probable que en pocos días pasen de una vida austera a un estadio de pobreza. De entre estos los que viven en el sector informal (que son más de la mitad, el 54% de media en el subcontinente) las consecuencias del confinamiento son letales. Pero de entre las clases «populares» también hay un notable sector que es muy precario y que malvive el día a día, y que para ellos el Covi-19 es mucho menos peligroso que la mayoría de amenazas a las que se enfrentan cotidianamente. Estoy hablando del gran grupo de personas (muchas de ellas jóvenes) que sin acceso a ninguna formación ni a un empleo digno son la carne de cañón de los cárteles y de las redes de economía ilegal, o son sus víctimas directas . Estas últimas son las personas que están dispuestas a migrar (si es necesario a pie) desde su casa hacia los Estados Unidos y que no tienen miedo a enfrentarse a las mafias del tráfico de personas, a la policía de fronteras (la migra) o a las bandas de paramilitares que los cazan, extorsionan y violan con impunidad. ¿Podemos creer que estas personas se quedarán en casa por el Covid-19? ¿Cuáles son las ventajas que les supondrá a ellos quedarse confinados? En un país donde el sistema sanitario no tiene lugar para ellos, ¿les valdrá la pena ponerse en cuarentena para preservar una sociedad y una salud pública que no los tiene en cuenta? Yo no tengo la respuesta, pero parece que si el confinamiento dura más de la cuenta pueden estallar altercados y, como consecuencia enfrentamientos entre desheredados y fuerzas de seguridad. Un clásico.
Ah! Claro, también hay un pequeño sector de la sociedad conformado por clases «altas y muy altas» (con mucho dinero). Para estas no creo que el Covid-19 sea una amenaza más allá de casos puntuales. La mayoría de ellas deben estar pasando el confinamiento en un buen penthouse con servicio interno o en un resort.
Pero más allá de este elemento (la posición socioeconómica), los grandes temas de la región son, por un lado, la presencia del estado (la stateness) respecto de la seguridad, las infraestructuras de salud (en cantidad y calidad) y, del otro, el impacto de la pandemia en las economías de los países, que son muy dependientes del mercado de materias primas y del turismo internacional. Ambos temas (la stateness y el mercado de las commodities) son críticos, ya que durante las últimas décadas en casi todos los países han imperado las políticas neoliberales que han reducido el estado y, a la vez, se ha impulsado un modelo de crecimiento basado en la exportación de lo de siempre (las materias primas, los minerales, el petróleo y el gas) y en el turismo. Ay! Justo se ha hecho lo contrario de lo que hoy se necesita: un estado responsable y capaz, y una estructura económica menos dependiente del exterior. Ni que decir pues que, a nivel general, el panorama pinta fatal o, como dicen en el Perú: «color de hormiga».
Otra cuestión es la estrategia de cada uno de los gobiernos … y aquí sí hay mucha diferencia. Si bien -a mi juicio- la capacidad de los gobiernos latinoamericanos de hacer frente a la pandemia -más allá de la política trazada- es limitado. Con todo contrasta la posición «negacionista» de Bolsonaro (Brasil) y de Ortega (Nicaragua) con la de otras administraciones más pro-activas, como las de Vizcarra (Perú) o de Alvarado (Costa Rica). Pero hablar de las políticas país a país es un tema demasiado largo para esta nota.
De todos modos, las cifras oficiales de víctimas del Covid-19 en la región (en caso de que sean ciertas) son bastante bajas en comparación a muchos otros «males» y pandemias que sufren estos países.
Salvador Martí i Puig
salvador.marti@udg.edu
Catedrático de Ciencia Política, Universidad de Girona