Antes de que se desencadenara la pandemia, solíamos enmarcar nuestras reflexiones en el legado de la gran recesión y de la austeridad: hablábamos de desigualdades ampliadas y cronificadas. Pero no era sólo eso. Estábamos atravesando también un conjunto de cambios sociales generadores de nuevas complejidades, incertidumbres y vulnerabilidades, sin prácticamente elementos de respuesta en las agendas públicas construidas en el siglo XX. El coronavirus intensifica este desencaje, e incorpora aspectos emergentes. Son muchas las dimensiones donde podemos identificar tensiones y grietas en el tejido colectivo; donde podemos (y debemos) dibujar horizontes de esperanza post-covid. Mencionaré algunas que creo relevantes.
En primer lugar, los trabajos asalariados han perdido capacidad de vertebrar trayectorias, y de distribuir socialmente la riqueza: la precariedad se instala en los contratos, y la pobreza laboral crece. Las perspectivas inmediatas son desoladoras. La garantía pública de ingresos, en paralelo, sigue estancada en esquemas anacrónicos e insuficientes. Es tiempo de una doble apuesta: reconstruir la economía y los trabajos en clave cooperativa y feminista; rehacer la protección vital y la libertad personal desde la renta básica. En segundo lugar, la actual crisis ha visibilizado una enorme herida social: la desatención pública de las vulnerabilidades cotidianas (sobre todo de los niños y las personas mayores), y de las necesidades básicas de habitabilidad (casas dignas, aire limpio). Sera necesario generar urgentemente derechos de ciudadanía en el cruce de las nuevas agendas social y urbana: una agenda social centrada en la dignificación de los servicios de cuidados; y una agenda urbana centrada en la vivienda y la ecología de proximidad. Finalmente, la Covid-19 implica el riesgo de agudizar dinámicas de segregación en múltiples esferas (barrios, movilidad, entornos alimentarios, espacios educativos …) y nos plantea el reto de fortalecer un modelo de acción colectiva como constructora de bienes comunes. Habrá que ensayar una nueva intersección: entre políticas de fraternidad orientadas a crear marcos de encuentro e interacción colectiva; y prácticas de innovación social y organización comunitaria orientadas a crear vínculos, apoyos mutuos y autodefensa de derechos.
Todo esto conecta con la reflexión territorial. Hasta ahora, la globalización ha desatado sensaciones de desprotección, y los estados han tendido a responder con fronteras excluyentes y repliegue autoritario. En este contexto, las ciudades han impulsado la apertura de la brecha democrática. Y claro que la pandemia las golpea y fragiliza !. Pero lejos de renunciar, tendremos que explorar otras formas de vivirlas. En la nueva normalidad urbana no puede haber lugar para la contaminación, ni para prácticas especulativas: nos va la vida. En el mundo postcovid, el reto de las ciudades pasa por emerger como los espacios tangibles donde articular vínculos con diferencias, comunidad con acogida; la geografía posible de encuentro entre apertura y protección; los sitios desde donde cuidar en común la salud de la gente y del planeta.
Para que sea posible, sin embargo, seria necesario un cambio cualitativo en los mapas de la gobernanza. Una cartografía institucional con más poder en el territorio: allí donde las cosas pasan, allí donde late la inteligencia colectiva para abordarlas. Esto significa más municipalismo, sí; y también el reconocimiento de otras escalas de proximidad: de los barrios a la metrópoli. Habría que aprovechar el marco de reactivación para fortalecer la gobernanza metropolitana. La idea radica en el argumento redistributivo. En Barcelona, los municipios del área metropolitana con los indicadores de exclusión más elevados son los que presentan menos capacidades institucionales para hacerle frente. Y los barrios metropolitanos vulnerables, castigados intensamente por la emergencia, son los que disponen de menos capacidades cívicas de respuesta. Hay por tanto una (doble) relación de desencaje entre necesidades y recursos: en el plano institucional y en el comunitario. La metrópoli convierte el ámbito posible de corrección, de construcción de justicia socioespacial.
En síntesis, el coronavirus nos sitúa, como sociedad, frente al espejo de nuestros desbarajustes colectivos; y nos emplaza a buscar (y forjar) ventanas de futuro compartido. Se trata de explorar caminos de cooperación y renta básica; de reconocer la naturaleza esencial de los cuidados, y el carácter inaplazable de la transición ecológica; revertir el declive de la fraternidad, e impulsar la construcción del común. Se trata de hacerlo desde la gramática política de lo cotidiano; desde la centralidad del derecho a la ciudad, con el convencimiento de que sólo será posible si incorpora una fuerte dimensión comunitaria y metropolitana.
Ricard Gomà
Director del Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona